22/11/09

Post nº 200

Mi abuelo, que Dios le guarde en su gloria, dejó huella en todos los que le conocieron. Era altruista, desinteresado, solidario, un hombre tan bueno que aún enciende los rostros de quienes le recuerdan. Murió cuando yo era muy pequeño y desde entonces he oído todo tipo de historias preciosas sobre él y las voces de los que me las cuentan se tiñen de esperanza por haber visto de lo que el ser humano es capaz de hacer, de lástima porque no siga aquí y de alegría por haberle conocido. Pero aquello que me contaron de mi abuelo que cambió mi punto de vista sobre la vida lo escuché hace un par de años como mucho; él era cocinero, de los mejores preparando platos típicos de la región. Según él, había dos tipos de personas que podían distinguirse cuando cocinaban su primer plato: por un lado están aquellos a los que les sale mal y a partir de entonces dicen que cocinar no es lo suyo y por otro están aquellos a los que les sale mal, pero se esfuerzan en hacerlo bien. Estos últimos, a la hora de hacer otro plato o el mismo otra vez, averiguarán qué fue lo que hicieron mal e irán mejorando en la cocina hasta que preparen platos sabrosos. Me impactó su elocuencia y comprendí que para mi abuelo un recuerdo era una ventaja que le permitía repetir lo que le salió mal asegurándose un resultado perfecto y, mirando hacia atrás, tuve que darle toda la razón.

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