19/11/09

Benihana

Podría describir el cielo sin dejar de hablar de ti, pero octubre se ha ido y tu juego me hace gritar la canción equivocada. Podría hablar durante años de tu piel constelada, de tus labios perdidos como los ojos de quien no te mira y ¿de qué serviría? Ya ni siquiera te das por aludida. Aún soy capaz de describir mi alma sin dejar de decir tu nombre y no te pronuncio en vano, solo cuando la letanía se alarga y se amarga y la almohada sigue queriendo ser tu cuerpo. Es por eso que por mí no pasan los años. Te conozco, no por lo que sé de ti ni por lo que he ido descubriendo, sino por lo que siento en mí que eres en el fondo. Te veo más allá de tus defectos donde todo está claro, háblame del muro de hielo acudiendo a este teatro para ver si las lágrimas sirvieron de algo; será mejor que te vayas, no sé cuánto más podré aguantar sin romperlo para decirte aquello que ya no quieres oír. Allá entre mis palabras no suelo hablar primero, tengo la sensación de estar siempre molestándote y de que quizá cambiándolas pueda tocarte, pero me conformo con saber que estás a salvo. Ya hay más sol en las olas que en la brisa y se arremolinan gaviotas de ninguna playa como caricias en el tintero, testigos de un valls en el acantilado que nunca elegí. Se llevan bien con el viento, aprovechan su confianza irrecuperable para llegar a donde les lleve y cuando se quedan a solas contigo se callan para dejarte ir.

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