15/9/09

Feng Shui (3 horas en Cárceles)

Hoy me inspira y me aterra, pocas son las cosas que no ha visto. Ayer el Sol, sentado en lo alto, era un agujero de brillo desenfocado que regía con mano de fuego las tres horas que me sobraron en Cáceres. Anduve todo el camino con la música hasta la música, con un par de ideas nuevas en mi cabeza que probaría después. Aquel lugar destilaba prestigio y frío, entraban y salían los ricachones, así que salí. Todo Cáceres estaba en las calles, como despidiendo al verano: la Plaza Mayor y sus alrededores, también Cánovas, no resultó asfixiante, sentí la armonía. El mundo transmitía su tranquilidad y sonreí, pero todo ocurrió tan rápido que aún me quedaban más de dos horas y seguí caminando con el hambre, es el secreto de haber perdido quince kilos en poco más de mes y medio. Me di cuenta de que lo que me molesta de aquí es que no tengo mi lugar, como la Alcazaba en mi ciudad. Me veo obligado a deambular por la ciudad porque mi lugar no es ningún bar, ningún garito, no me gustan y no suelo ir a ellos porque nunca los he sentido míos en ninguna parte y pasear es perfecto cuando no arrastras cansancio, pero lo único que podía hacer era seguir andando. Al poco tiempo levanté la cabeza de mis pensamientos en la calle callada para ver su letrero, Virgen de Guadalupe, suelo pisar mucho esta calle. Pero miré más allá de la estatua en la rotonda hasta un parque en el que jamás había entrado y fui hacia él. Era artificial, árboles enredados entre farolas y caminos rodeados de césped, amigos en corro riendo y liándose canutos y amantes demostrándose en los bancos, me sentí feliz por ellos, espero que sean lo que buscan. Era como cualquier parque normal salvo por el hecho de que todo estaba rodeado de agua: no pretendía ser un estanque artificial, era como una piscina larga que cubría hasta las rodillas y que no tenía tope en la parte lejana, sino que caía en cascada, una cascada inmensa que cubría toda la zona de abajo como una pared de agua, sonaba como si estuviera lloviendo a cántaros. Pero aún no sabía eso, había andado por toda la parte de arriba hasta la sombra de un árbol sobre el césped cerca del agua y me había tumbado abierto de pies y manos. Esa ciudad era mi purgatorio, cuando sentía que había hecho algo malo y que debía ser castigado por ello me sometía a la mala suerte que Cárceles (es su nombre en la intimidad) me ha traído siempre por voluntad propia para pagar por mis pecados. Los que lo sabían me decían cada vez que les contaba que iba a quedarme un tiempo allí: ‘a ver, ¿qué has hecho esta vez?’ Es un lugar que facilita el sufrimiento, es depresivo y el dolor allí es más barato, pero siempre es el mismo camino, un camino que he andado hasta que no quedó nada por hacer. Suelo dejarme guiar por la mayoría de mis defectos hasta donde quieran llevarme para saber qué quieren de mí y, cuando consiguen llevarme hasta su extremo, se van porque no les queda nada que enseñarme y hacen que me sienta aliviado, ya que nunca piso un camino si no guarda un secreto: una vez desvelado, el de ese defecto es un camino que no vuelvo a andar. Aprendí eso y que sin sufrir todo aquello hoy no sería quien soy, seguiría estancado en quien era y no sería capaz de hacer ni la mitad de cosas que puedo hacer ahora. Pero se acabó la imagen de matadero de Cárceles, aunque el resto de la ciudad siga siendo lo que es he encontrado mi lugar, mi refugio, otra respuesta caída del cielo que me hace posible seguir luchando. Me desperté a la hora y me quedé allí tirado, sedado, abandonando mis sueños para reconciliarme con mis pensamientos (los refranes son los nuevos mitos griegos), fui hasta la orilla y hundí mis manos en el agua helada, me las pasé por mi frente y por mi nuca como una vieja en Benidorm, estaba un poco sofocado. Seguí por toda la orilla hasta ver un agujero en medio del agua, la estructura contenía el agua para que no cayera por el agujero y vi que había una rampa que bajaba, así que la tomé. Estaba debajo del agujero en el agua, el agua era el puente y aplaudí el ingenio de quien diseñó aquello, no es normal ver por aquí creatividad. Salí a encontrarme con todo aquel muro de agua en caída constante y suspiré de alivio, hacía demasiado que no me sentía así. Era un sonido puro, era la lluvia. Aquel lugar es el Feng Shui. Por la tarde, ya en casa, llovió.

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